“Creía que inmigraba a Canadá, pero pronto descubrí que, en realidad, había inmigrado a Québec”. Con ligeras variantes, esta frase – a veces pronunciada con exasperación, otras con resignación – ha sido repetida hasta el cansancio. La tan mentada “sociedad distinta” es, sin lugar a dudas, un hecho sociológico. Más allá del discurso independentista y la realidad omnipresente del idioma francés, Québec se impone al recién llegado como un universo aparte, sea en lo cultural, en lo político o en lo propiamente “humano”. No todos arriban desprevenidos. Obviamente, el gobierno quebequense – que selecciona a todos los inmigrantes autónomos – se ocupa de insistir sobre el carácter singular de la provincia. Sin embargo, en mi experiencia, lo que predomina es la sorpresa ante lo poco “canadiense” de esta sociedad. Claro está que lo “canadiense” corresponde en gran medida a la imaginación y, también, a la idealización del mundo “desarrollado”, en especial su versión anglosajona.
Es verdad que casi todos los inmigrantes, en dónde sea, han pasado por una fase de desilusión. Como en cualquier relación de idilio, la convivencia cotidiana aporta su dosis de fricciones y desencantos. Se deja un país corrupto, violento e injusto para ser parte del “Primer Mundo”. Cuando se constata que éste también contiene bolsones de exclusión, de discriminación y de incompetencia, el desengaño es inevitable. Pero este fenómeno, común en todas partes, parece adquirir una mayor envergadura en Québec. Irónicamente, la “latinidad” de Québec tan apreciada por los demás canadienses – que disfrutan como turistas de la espontaneidad, la calidez y la creatividad de esta cultura – es a veces percibida como un defecto: “esto parece Latinoamérica”, dirán algunos, quejándose de cosas tan diversas come el tráfico caótico, la burocracia estatal o el nacionalismo apasionado al que adhieren tantos francófonos.
Es verdad que casi todos los inmigrantes, en dónde sea, han pasado por una fase de desilusión. Como en cualquier relación de idilio, la convivencia cotidiana aporta su dosis de fricciones y desencantos. Se deja un país corrupto, violento e injusto para ser parte del “Primer Mundo”. Cuando se constata que éste también contiene bolsones de exclusión, de discriminación y de incompetencia, el desengaño es inevitable. Pero este fenómeno, común en todas partes, parece adquirir una mayor envergadura en Québec. Irónicamente, la “latinidad” de Québec tan apreciada por los demás canadienses – que disfrutan como turistas de la espontaneidad, la calidez y la creatividad de esta cultura – es a veces percibida como un defecto: “esto parece Latinoamérica”, dirán algunos, quejándose de cosas tan diversas come el tráfico caótico, la burocracia estatal o el nacionalismo apasionado al que adhieren tantos francófonos.
Cita de Victor Armony.
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